FUENTES ECRITAS Y AUDIOVISUALES.

TEXTO "EL JUICIO DE LA HISTORIA"


I ¿Qué es el Juicio de la Historia?
Ante la muerte de Augusto Pinochet, numerosas personalidades públicas y medios de comunicación han declarado que la evaluación definitiva de su persona y su dictadura la hará el Juicio de la Historia. La mayoría de los seguidores de Pinochet, por ejemplo, piensan que ese juicio debe basarse en el óptimo estado actual de la economía chilena, lo que prueba la grandeza de su obra. Para la mayoría de sus víctimas y detractores, en cambio, ese juicio no puede sino fundarse en los crímenes, robos y abusos perpetrados por su dictadura, lo que prueba el origen deleznable del sistema que dejó en herencia.
Lo que resulta evidente, es que su dictadura dividió una vez más a la sociedad chilena en ganadores (beneficiados por ella) y perdedores (las víctimas y los perjudicados por el mercado). También es evidente que el Juicio Histórico posterior a eso no puede sino estar dividido. ¿Puede el Juicio de la Historia escindirse en perspectivas contrapuestas? ¿Puede ser un factor que reproduce el conflicto? ¿Qué es y cómo debe ser un real y legítimo Juicio de la Historia? .
Es lógico pensar que, si la historia la hacen los hombres y las mujeres, la rectificación de los procesos históricos que se tornan anómalos y conflictivos la tienen que realizar los mismos hombres y mujeres. Pero ¿de qué modo? Desde luego: todos ellos, pero no divididos en ganadores (endémicos) y en perdedores (de siempre), sino en comunidad. Es decir: como ciudadanía en actitud de ejercer colectivamente su Poder Constituyente. De ser así, se deriva de eso que, si la mayoría de los chilenos está invocando el Juicio de la Historia, el único modo legítimo y racional de llevarlo a cabo es recuperando el principio supremo de la soberanía ciudadana. Recuperación que es factible cuando el mismo proceso histórico que se vive va en esa dirección.
Si se observa el comportamiento mayoritario de la ciudadanía chilena en las últimas décadas, queda a la vista el perfil del “juicio histórico” que ella misma ha estado desarrollando, fase a fase, desde 1983:
a) resistencia civil activa contra la dictadura militar, la que se expresó en las 22 jornadas nacionales de protesta que estallaron entre 1983 y 1987, las cuales aumentaron su radicalidad a contrapelo de la agudización correlativa de la violencia represora;
b) resistencia civil pasiva contra la democracia neoliberal heredada de la dictadura, la que se ha expresado y se expresa, por ejemplo, en la amplia reticencia juvenil a participar en “la” política formal (2.000.000 de jóvenes no inscritos en los registros electorales) y en la falta de credibilidad en las instituciones del Estado y en las clases políticas que confiesa el 90 % de los chilenos, según encuestas ;
c) presión civil permanente para que se establezca la verdad y se haga justicia sobre las violaciones perpetradas por la dictadura contra los derechos humanos, la que se ha mantenido por décadas, hasta forzar a los Tribunales del país a hacerse cargo de más de 400 acusaciones formales contra Augusto Pinochet, sobre todo después de las acciones emprendidas por la justicia internacional (en España, Inglaterra y Estados Unidos);
d) motivación continua hacia los trabajadores sociales, sociólogos, psicólogos comunitarios, antropólogos e historiadores, a objeto de que éstos lleven a cabo un “balance crítico” de la Dictadura y del sistema institucional que dejó en herencia; un “diagnóstico histórico, sociológico y político” de las tendencias profundas que marcan actualmente las opiniones y actitudes de la ciudadanía, y una “acción social-educativa” (en rigor, auto-educativa) que permita potenciar y desarrollar el protagonismo histórico y político de la ciudadanía;
e) promoción de movimientos ciudadanos, tanto de protesta como de propuesta, tendientes los primeros a invalidar el orden institucional impuesto por la Constitución de 1980, y los segundos, a ejercer de modo progresivo el Poder Constituyente (su soberanía) para construir cívicamente un tipo más justo de Sociedad, de Estado y de Mercado (el caso de los estudiantes secundarios, el del pueblo mapuche, el de los deudores habitacionales y el de las protestas de los usuarios del Transantiago son sólo los más recientes); Los pasos que ha estado dando espontáneamente la mayoría de la sociedad civil chilena configuran una transición ciudadana (“Juicio Histórico”) de transparente contenido socio-cultural, pero con proyección histórica y política. Si se pretende ahora formalizar un real Juicio Histórico y se asume en serio el principio supremo de la soberanía ciudadana, entonces esta transición –real, pero ignorada por muchos– expresa ya gran parte de lo que deberá ser ese Juicio y la orientación que deberá asumir su Poder Constituyente.
Una mínima conciencia cívica obliga a reflexionar sobre lo que implica esa transición y a desarrollar un compromiso ético y político con la gran tarea colectiva de llevar a cabo un verdadero y legítimo Juicio Histórico. Los historiadores, intelectuales y gestores sociales que suscriben, que han sido motivados desde hace décadas a colaborar con la transición ciudadana, queremos manifestar hoy –cuando todos los sectores invocan el Juicio de la Historia– lo que nuestras disciplinas científicas y prácticas sociales pueden y deben aportar a la adecuada consumación de ese Juicio.
II
De la mitificación
de Augusto Pinochet y de “su” obra
Desde el siglo XIX, el Ejército y las Fuerzas Armadas nacionales han intervenido con violencia en los procesos y conflictos ciudadanos, pero no para construir una síntesis superior del conjunto de la comunidad nacional, sino para poner todo su poder de fuego en apoyo de uno de los bandos en pugna, y poner en aplastante derrota al bando opositor.
Es lo que hizo en 1830 el Ejército comandado por Joaquín Prieto y financiado por los mercaderes de Diego Portales: desterró, encarceló, exoneró, fusiló y descuartizó a los pipiolos, demócratas y federalistas (que habían obtenido en todas las elecciones, según Diego Barros Arana, sobre 60 % de los votos computados), y protegió la construcción de un Estado oligárquico, autoritario, librecambista y socialmente excluyente, el que, favorecido por nuevas intervenciones de la fuerza militar (contra ciertas facciones políticas o contra el movimiento obrero) logró ser mantenido, con leves cambios, hasta 1925. Así se cubrió de soluciones militares la historia de Chile: en 1837 contra los sublevados que intentaron poner fin al régimen autoritario de Portales; en 1851 y 1859 contra los liberales que se levantaron en armas contra los herederos de ese mismo poder conservador; en 1891 mediante el alzamiento de la Armada contra el Presidente Balmaceda que dio origen a una guerra civil con una secuela de miles de muertos; en las matanzas obreras perpetradas por las Fuerzas Armadas y policiales en 1903 (Lota y Valparaíso), 1905 (Santiago), 1906 (Antofagasta), 1907 (Iquique), 1919 (Puerto Natales), 1920 (Punta Arenas), 1921 (San Gregorio) y 1925 (La Coruña). También pusieron su espada sobre la balanza los militares en 1924 y 1925 para cambiar el cuadro político e inaugurar una nueva forma de dominación destinada a contener el movimiento popular.
Volvieron a intervenir en el proceso ciudadano, aunque de modo no sangriento, entre 1924 y 1931, cuando deshicieron, reprimieron y marginaron bajo el mando del general Altamirano y del coronel Ibáñez todos los movimientos sociales (que configuraban la mayoría absoluta de la población) que exigían un Estado con preocupaciones sociales e industrialista, para imponer, en contraposición a eso, un Estado presidencialista, copia en muchos aspectos del establecido en 1833. En defensa de ese mismo Estado, las Fuerzas Armadas y policiales intervinieron violentamente en 1931 (“Pascua trágica” de Copiapó y Vallenar), 1934 (matanza de campesinos en Ranquil y Lonquimay, Alto Bío-Bío), 1938 (matanza del Seguro Obrero), 1939 (el “ariostazo” contra el gobierno del Frente Popular), 1946 (masacre de la Plaza Bulnes),
1957 (represión a las jornadas del 2 y 3 de abril), 1962 (masacre de la Población José María Caro de Santiago), 1966 (masacre del mineral El Salvador), 1969 (matanza de Puerto Montt) y en varios paros nacionales de trabajadores para someter a los movimientos populares.
Y no es necesario recordar su intervención en 1973, que aplastó brutalmente a la Izquierda (la cual sumaba en marzo de ese año el 43 % de la votación nacional) y al movimiento popular, para construir luego el Estado Neoliberal más extremista que existe en el mundo, y a costa de la represión más brutal conocida en Chile. Es evidente que las Fuerzas Armadas nacionales han actuado como una cuña divisoria en la comunidad ciudadana, al poner siempre su poder de fuego en apoyo de un mismo bando (oligárquico y librecambista), destruyendo por la violencia el bando opositor y su proyecto histórico respectivo. Así, han convertido, por la fuerza de las
armas, a la comunidad ciudadana en una dicotomía de ganadores y perdedores, con el agregado de que estos últimos han constituido, de modo normal, la fuerza electoral mayoritaria (lo fueron los pipiolos contra Diego Portales, los liberales contra Manuel Montt, el movimiento popular contra Arturo Alessandri en 1924; lo fueron los demócratas y socialistas entre 1968 y 1973 y también, no obstante sus victorias electorales, los demócratas en general contra Augusto Pinochet y sus partidarios desde 1988). De este modo, la memoria histórica de los chilenos ha sido, oficialmente y por la fuerza, escindida una y otra vez entre una memoria de vencedores (que han sido minorías) y otra de vencidos (que han sido mayorías). No es extraño, por tanto, que el Juicio de la Historia haya tendido a configurarse, no como la memoria (monumental) de
lo hecho “colectivamente” por una comunidad de ciudadanos soberanos, sino como un pasado sujeto a un ácido debate entre juicios que renuevan una y otra vez los mitos de la victoria y juicios mayoritarios que no pueden ser sino críticos, contestatarios y finalmente revolucionarios de los ciudadanos gravemente vulnerados por dicho golpe de victoria.
Los juicios de mitificación de los ganadores han esculpido siempre (con proverbial rudeza, pero infaltable éxito) el perfil de los “héroes de la patria” (cuyo rasgo común es haber sido dictatoriales y anti-demócratas, como fueron O”Higgins, Portales, Montt, Alessandri y Pinochet) y difundido por doquier la ideología suprema del “orden legal” (que no conlleva necesariamente la legitimidad) dictatorialmente establecido en su origen. Al revés de ellos, los juicios críticos y revolucionarios de los perdedores no han logrado esculpir héroes nacionales (excepto los Presidentes empujados al suicidio) ni “estados de derecho”, pero sí han dado vida a una persistente cultura libertaria, como también a una tradición de heroísmo (e incluso martirio) social, que llena de sinergia las profundidades populares de la historia de Chile desde 1830 hasta el día de hoy. Para los perdedores, el Juicio de la Historia, por tanto, no es cuestión de mitos, ni materia de héroes, ni de estatuas, ni de defensa tenaz de constituciones políticas, sino un problema de resistencia, acción, creación, proyección y construcción (eficaz) de un sistema social más justo e igualitario. O sea: se trata de un proceso abierto, que convoca cada vez más a los chilenos dispuestos a hacer valer su poder soberano.
La tendencia de los ganadores a imponer –a golpe de arma, a como dé lugar– los juicios de mitificación que tienen por objetivo legalizar la obra de una dictadura militar ha quedado en especial evidencia en los últimos años. Ha sido el mismo Ejército el que ha iniciado, una vez más, respecto de Pinochet, la imposición de esos juicios. Así, por ejemplo, el 5 de enero de 1996, el Alto Mando Institucional dejó constancia del siguiente Acuerdo Solemne:
“ACUERDO SOLEMNE En Santiago, a cinco días del mes de enero del año 1996, y por decisión unánime de sus miembros, convocados a reunión por el Sr. Comandante en Jefe del Ejército Subrogante, Mayor General Guillermo Garín Aguirre, el Alto Mando Institucional ha concordado en dejar constancia escrita de los sentimientos de invariable respeto, irrestricta lealtad, afecto y especial deferencia hacia la Máxima Autoridad del Ejército de Chile, CAPITÁN GENERAL AUGUSTO PINOCHET UGARTE; sentimientos que les inspiran para que, en los años venideros, mantengan una constante preocupación por las necesidades que le asistan en su diario quehacer, conservando toda la actual estructura de apoyo que corresponde a una autoridad de tan alta investidura. Todo ello tiene su cimiento y aliciente, en el merecido reconocimiento que todo subalterno debe testimoniar a quien es, ya, una de las figuras más relevantes de la historia patria, por sus dotes de Soldado, Estadista y Servidor Público, y que, además, pasará a formar parte de la galería de personajes más ilustres y distinguidos del siglo que nos deja”. Firman el General Guillermo Garín y 43 otros generales .
El “Acuerdo Solemne” adoptado por el Alto Mando del Ejército de Chile en enero de 1996 es un ejemplo perfecto de cómo se construyen en Chile los “juicios de mitificación” y, también, de cómo el poder de fuego de la Nación (como “estructura de apoyo”) respalda la figura de un dictador, no sólo para que éste ingrese sano y salvo a “la galería de personajes más ilustres… de la historia patria”, sino también para que su obra –en este caso, el sistema neoliberal– pueda, por lo mismo, prevalecer contra los victimados, los jueces y los actuales opositores. El “Acuerdo Solemne” fue no sólo una salvaguarda militar para evitar que la justicia formal condenara al dictador, asegurando su total impunidad, sino también para prevenir el Juicio de la Historia que puedan desarrollar los victimados y detractores contra la herencia que él dejó. En un sentido estrictamente histórico, el “Acuerdo Solemne” fue otro golpe de fuerza, ya no contra las personas de los perdedores y opositores, sino contra la memoria de éstos, y contra la
revitalización de su soberanía.
Del mismo modo que el golpe militar de 1973 conglomeró en torno suyo a una excitada masa de civiles “seguidores” y “pinochetistas”, el reservado pero ostensible “Acuerdo Solemne” de 1996 los ha ido reuniendo de nuevo, esta vez para cantar a coro la mitificación del dictador y la perdurabilidad de “su” obra. Lo cual ha sido especialmente evidente tras la muerte de Augusto Pinochet, el 10 de diciembre de 2006 (Día Internacional de los Derechos Humanos). Detéctese esa armonía coral en las declaraciones que siguen:
- Sergio de Castro (Ministro de Economía 1975-1976 y de Hacienda 1976-1982, a El Mercurio, el 11 de diciembre de 2006, D2): Augusto Pinochet “fue un hombre de inteligencia superior… Su gran capacidad para tomar decisiones rápidas… le indicó aguardar el momento propicio para deponer al gobierno de la Unidad Popular… Su inteligencia analítica… le permitió captar rápidamente que en vez de producir para no importar… había que importar para poder exportar… Fue el mejor estadista de Chile del siglo XX”. Hermógenes Pérez de Arce al mismo diario y el mismo día: La imagen de Pinochet “desborda la capacidad de perspectiva de sus contemporáneos… La economía abierta, las privatizaciones, la reforma provisional, la laboral y la minera fueron políticas suyas admiradas e imitadas… Su Constitución de 1980,
aprobada por el pueblo, le dio un mandato adicional de ocho años, por lo cual mal puede ser llamado “dictador”… Fue el estadista chileno más importante y exitoso del siglo XX”.
- Hernán Büchi (Ministro de Hacienda 1985-1989 a El Mercurio, Santiago, 12 de diciembre de 2006, B2): Augusto Pinochet: “Demostró que era un verdadero estadista y… enfrentó la compleja tarea de refundar la economía chilena… Nadie esperaba del Presidente Pinochet y de su gobierno que refundara la economía chilena. Sin embargo, lo hizo y su obra explica nuestros éxitos posteriores… El gran acierto de la Concertación ha sido que ha mantenido las bases de una economía libre como la que entregó el gobierno militar”.
- Por su parte, en una declaración, la Sociedad de Fomento Fabril y la Confederación de la Producción y el Comercio, dijeron (La Nación, Santiago, 12 de diciembre de 2006, p.10): “Los industriales de Chile creemos relevante reconocer y valorar la importante contribución que en materia económica realizó el Gobierno del general Pinochet en aras a ordenar una economía que estaba desarticulada y semidestruida a comienzos de la década de los años“70”.
- General ® Toro Dávila (El Mercurio, Santiago, 13 de diciembre de 2006, C9):
“Como Presidente de la República, aplicó medidas ingeniosas, las que permitieron salir del caos y alcanzar mejores niveles de vida de la sociedad chilena… Será recordado como uno de los grandes estadistas del siglo XX”.
- Carlos Cáceres, Ministro de Hacienda 1983-1984 y del Interior 1988-1990, (El Mercurio, Santiago, 11 de diciembre de 2006, B24): “El legado que dejó Pinochet fue “la modernización que realizó del país y que se expresó en la apertura de espacios de oportunidad para todos los chilenos. Fue una transformación profunda de las instituciones del Estado, de la sociedad que,
estoy seguro, va aperdurar a través del tiempo”.
La lista de estos juicios podría alargarse, pero su lógica general está clara: Augusto Pinochet concentró en sí mismo y encarnó por completo el protagonismo y la autoría de todo lo positivo del “orden neoliberal” que el conjunto de las Fuerzas Armadas impuso al país con la ayuda y colaboración de centenares de técnicos, economistas, políticos y empresarios (chilenos y extranjeros), quienes, desde antes del golpe militar, habían prediseñado y clamado por el advenimiento de “ese” orden. Es evidente que estos juicios “sobrecargan” a Pinochet todos los “ajustes estructurales” aplicados en Chile entre 1973 y 1990 y toda la bonanza económica posterior a 1990, pero ninguno de los innumerables crímenes perpetrados durante los 17 años de dictadura. La mitificación de un dictador necesita que éste fagocite en su imagen histórica todas las “obras buenas” ocurridas en su tiempo, pero que expela a la vez toda la excreta humana de sus abusos: el héroe debe ser purificado, incluso de sí mismo. La fuerza de esta fagocitación (personalización) es tan extrema, que llevó y lleva a ignorar las Fuerzas Armadas como institución dictatorial, y a subsumir en el anonimato histórico a todos sus colaboradores
civiles. Nótese que Sergio de Castro, Hernán Büchi, Carlos Cáceres –lo mismo que otros– prefieren deslavar su propia contribución histórica y hacer tabla rasa de sus propias obras para atribuir a Pinochet lo que éste no hizo: la construcción “técnica” del orden neoliberal. Es que la tarea de mitificar para la posteridad la figura de un dictador requiere del eclipse colectivo de todos sus colaboradores, de cara a esa misma posteridad. Exige vaciarse de la conciencia propia para hacer de “él” (el Tata, o el Führer) el único gran protagonista de la historia. También exige ofrendar al héroe la identidad y las capacidades propias a través de un ritual fascista que necesita repetir frases de liturgia y ejecutar gesticulaciones que están más cerca de la histeria colectiva que del espíritu cívico de la verdadera ciudadanía. Algo que en los días posteriores a su deceso los seguidores de Pinochet exhibieron hasta la saciedad en los noticiarios de la
TV. La mitificación de un dictador, en tanto requiere extirpar su lado oscuro (o sea: su
lado anti-cívico), deforma y maquilla su identidad verdadera, retuerce y cercena su ser real para mostrar la efigie histórica que sus seguidores (más que él mismo, tras su muerte) necesitan, para escudar sus afanes de privilegio anti-democrático. En suma: “miente”. La labor de la Ciencia Histórica de filiación ciudadana (no mitificadora) consiste, por el contrario, en devolver al César (Pinochet) lo que es del César, y a Dios (el proceso histórico) lo que es de Dios. “Los hombres hacen la historia”, afirmaba Treitschke. “Depende de qué hombres estamos hablando –rectificarían algunos historiadores de oligárquica perspectiva– pues las elites vencedoras son las que, en realidad, la hacen”. Ni los unos ni las otras – terciaría en este punto Georg Friedrich Hegel– pues todos ellos no son más que “instrumentos de los ardides de la razón histórica”. “O de la tiranía de los procesos estructurales de larga duración” responderían a coro Friedrich Engels y Fernand Braudel. A decir verdad, los sujetos históricos actuamos condicionados por los procesos, las coyunturas, las oportunidades, las situaciones y los contextos.
a) El contexto global: Chile, campo de experimentación Hoy es ya un hecho sabido que la crisis de la democracia chilena del período 1938-73 y la dictadura militar del período 1973-1990 tuvieron lugar dentro de un proceso mundial específico: el colapso del modo de acumulación “industrial-fordista” (base económica común de los regímenes liberal-keynesiano de Estados Unidos, socialdemócrata de Europa Occidental, “socialista”-estatal de la Unión Soviética y nacionaldesarrollista de América Latina) y el consiguiente triunfo globalizado del modo de
acumulación “neoliberal post-industrial”. Existe consenso acerca de que el punto de quiebre de ese proceso se dio entre 1973 (inicio de la crisis petrolera) y el desbarajuste financiero y monetario mundial de 1982 (“stagflation”). Dicha crisis fue el resultado inevitable del carácter inflacionario del modo de acumulación “industrial-fordista”, de la lucha de clases que ese carácter inflacionario encendía en el plano social, del eventual conflicto termonuclear entre los dos gigantes industriales desarrollados (el Este contra el Oeste) y de la creciente marea revolucionaria promovida por los enanos industriales sub-desarrollados (Tercer Mundo), además del enorme déficit que Estados Unidos exhibía en su balanza de pagos a causa de “los gastos del Imperio”, todo lo cual configuraba un cuadro explosivo que hacía presagiar una incontrolable crisis mundial, coronada por el holocausto nuclear de toda la humanidad (según previó el papa Juan XXIII en su Encíclica Pacem in Terris).
Ante esa creciente perspectiva, varios centros académicos iniciaron el estudio de tales tendencias, preocupados por la forma que pudiese adoptar su desenlace final. Fue el caso –entre varios otros– del grupo de intelectuales que se reunía en Mont Pelerin, encabezados por F. Hayek, y de los economistas de la Universidad de Chicago, liderados por M. Friedman. Todos ellos procuraban construir un modelo alternativo (de retorno a la ortodoxia librecambista) a los sistemas implementados a mediados de la década de 1950 por la Unión Soviética, a los propuestos por J. M. Keynes a los países democráticos de Occidente, por la CEPAL a América Latina, y por la Conferencia de Bretton Woods (1944) a todo el mundo, todos los cuales se sustentaban de un modo u otro en el control regulador del Estado sobre el Mercado y en la planificación central del desarrollo, la modernización, e incluso del conflicto. Dichos grupos temían especialmente al hecho de que los economistas de todo el mundo –y en particular los de
América Latina– habían abandonado en posguerra los principios liberales, hechizados por las doctrinas de J. M. Keynes y R. Prebisch. Esto era particularmente evidente en Chile, que, siendo un país democrático con un fuerte movimiento popular, era considerado un país “mal estudiado” (Kalman Silvert). Es sintomático que la Universidad de Chicago se haya movido desde fines de la década de 1950 para enviar a Chile académicos que no sólo dictaran cursos, sino que también investigaran la evolución económica y política del país y, además, sugirieran el modo en que debían realizarse los “ajustes estructurales” que los economistas de esa Universidad y los del Fondo Monetario Internacional proponían. Es significativo que Chile fuera el único país del Tercer Mundo “intervenido” por esa Universidad para realizar dicha tarea y formar por añadidura una camada de jóvenes economistas capaces de realizarla. Debe agregarse que, aparte del convenio firmado entre la Universidad de Chicago y el Instituto de Economía de la Universidad Católica, hubo otras intervenciones académicas del mismo tipo: las planificadas por la CIA en la década de 1960 (fue el caso, por ejemplo, del frustrado “Plan Camelot”) con el objetivo de medir el grado de “explosividad revolucionaria” del pueblo chileno (sobre todo de los pobladores), como también las centenares de tesis doctorales que apuntaban a examinar la sociología política de los diferentes partidos y actores sociales. A mediados de 1960 ya existía en Estados Unidos un diagnóstico completo acerca del proceso chileno, aparte de la sugerente recomendación planteada por Tom Davis (profesor de Chicago visitante en la Universidad Católica) en 1962: el desarrollo de la acumulación capitalista en Chile sólo podía realizarse si se eliminaba de raíz el sistema previsional de entonces (que favorecía al trabajador y no al patrón), eliminación que, si no podía hacerse por vía democrática (lo que era imposible), recomendaba hacerlo por otros medios. Sólo esa eliminación podría garantizar la formación de un liberal mercado de capitales en el país. En Chile la crisis del modo de acumulación “industrial-fordista” se aceleró durante los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende Gossens, que realizaron radicales reformas estructurales en la línea recomendada por CEPAL (dentro de la ley y bajo un sistema democrático de masas), con la inevitable agudización de la inflación, el estancamiento de la productividad (en ausencia de importaciones de bienes de capital), la agitación callejera, y la nula cooperación norteamericana para evitar todo eso. De este modo, en Chile la crisis estalló en 1973, diez años antes que en el resto del mundo (lo que ocurrió en 1982). Hay abrumadoras evidencias de que Estados Unidos
colaboró de modo activo para que la crisis, en su dimensión golpista, se precipitara. No bien la dictadura militar logró estabilizarse (hacia 1976), los Chicago Boys entraron en escena, lo mismo que su jefe: Milton Friedman. Por cierto, con el beneplácito del Fondo Monetario Internacional. No fue difícil convencer a la Junta Militar del programa neoliberal que, desde 1960, había sido pre-diseñado para Chile. Tom Davis, Jorge Cauas, Sergio de Castro, Luis Escobar Cerda, Hernán Büchi, Carlos Cáceres, Martín Costabal, Miguel Kast, Alvaro Bardón, José Piñera, Pablo Barahona y otros economistas, fueron los principales artífices, intérpretes y ejecutores de ese programa.
Mal puede atribuirse a la “inteligencia superior” de Augusto Pinochet el diseño, la confección, la aplicación (podría pensarse, incluso, la “comprensión”) de ese programa. Chile fue, desde antes de 1973, un laboratorio de experimentación para los “ajustes estructurales” de tipo neoliberal. Por eso mismo, sólo después que la economía nacional comenzó a dar indicios de reactivación (tres o cuatro años después de la crisis de 1982, la cual había forzado a la dictadura a utilizar el Estado para salvar el sistema bancario), el capitalismo transnacional comenzó a interesarse en él y a “pensar” en invertir allí. Pero no lo hizo todavía: hacia 1985-86 las jornadas nacionales de protesta tenían arrinconada la dictadura (hubo incluso un atentado contra Pinochet) y el riesgo de que se produjera un retorno al populismo o al socialismo, con naufragio del “experimento neoliberal”, era inminente. El único modo de salvarlo –tanto para Ronald Reagan como para Margaret Thatcher era de una importancia capital que ese
experimento tuviese éxito en Chile– consistía en que la dictadura neoliberal diese paso a la democracia neoliberal. De ahí que todo el mundo capitalista ejerció una fuerte presión sobre Pinochet, no sólo por la violación de los derechos humanos, sino también –lo que era de mayor importancia estratégica– para que se negociara una transición a la democracia sin modificar un ápice el modelo neoliberal. Numerosos líderes socialdemócratas ( que habían decidido ya que era urgente abandonar o reformar el modelo “industrial-fordista”, lo mismo que el “socialismo real”) apoyaron entonces a los políticos civiles chilenos para que se comprometieran en una “transición pactada”. Y éstos, comprendiendo al punto que serían ellos los que administrarían un modelo que tendría un respaldo mundial, no dudaron un segundo en aceptar lo que se les propuso. Así, consumado el experimento a un punto en que se vislumbraban probabilidades de éxito, se efectuó la negociación, se cantó “la alegría ya viene” y, por fin, retornó la democracia al país. No es extraño entonces que, desde 1993, aproximadamente, comenzara a llegar a raudales el capital extranjero –en una magnitud que no había ocurrido durante la dictadura– asegurando por tanto el éxito triunfal del modelo neoliberal instalado en Chile. Era la guinda de una torta construida a gran costo. Encandilados, los políticos de la Concertación creyeron, incluso, que habían salvado al país en todos los planos.
No fue Augusto Pinochet, por tanto, quien diseñó el modelo neoliberal para Chile (sino la Universidad de Chicago, sus Boys y el FMI), ni fue quien aseguró su éxito económico posterior (sino la llegada masiva del capital extranjero 20 años después del golpe), ni fue quien por sí mismo decidió entregar el poder para dar paso a la democracia (no tenía alternativa, al estar cogido entre dos fuegos: en el interno, por las 22 jornadas nacionales de protesta que luchaban por su caída, y en el externo, por el capitalismo transnacional, que presionaba para que democratizara el modelo neoliberal), ni fue quien realmente legitimó como democracia el dicho modelo (ha sido la Concertación de Partidos por la Democracia). Todos saben que, por él mismo, Pinochet habría desconocido el resultado del plebiscito de 1988, para seguir gobernando dictatorialmente otros ocho años. Fueron los otros miembros de la Junta Militar, más conscientes del callejón sin salida en que se hallaban, los que impidieron que eso
ocurriera.
En una perspectiva histórica mundial, Pinochet no fue más que un instrumento en la ejecución de la tarea sucia que Tom Davis había previsto como indispensable en el experimento neoliberal: eliminar en Chile, por la violencia, el sistema provisional pro-trabajador y a todos sus defensores, para levantar sobre sus ruinas el indispensable mercado liberal de capitales. Pinochet, efectivamente, hizo eso, pero con una saña que superó en brutalidad todo lo previsto por los promotores superiores del modelo, y no sólo por un afán de eficiencia, sino –no cabe duda– por el placer dictatorial de hacerlo y para asegurar su propio poder personal. En otras palabras: se creyó el papel que le asignaban hasta en lo más íntimo de sí mismo. Su frialdad, soberbia y la nula conciencia moral con que lo asumió, así lo demuestran. Y que superó en brutalidad metodológica lo previsto por los reales dueños del experimento, lo revela el hecho de que todos los líderes democráticos (y hasta algunos tiranuelos) lo repelieron (como sucedió con sus bochornosos viajes a España, a Filipinas y su encarcelamiento posterior en Londres).
Vivió, sin percibirlo, en el centro de un enorme vacío internacional; el cual se abrió de nuevo, condenatorio y unánime, después de su muerte. Fue un dictador genocida “por encargo”, pero él se tomó en serio la tarea, envaneciéndose de ella, tanto, que nunca comprendió que no era más que un mero instrumento en “los ardides de la historia universal”.
Lo grave sería que las Fuerzas Armadas de Chile siguieran siendo dóciles instrumentos en manos de tales ardides. b) Dictadura + Ley = ¿Democracia? Los procesos históricos son dialécticos y a menudo entrelazan en un tenso nudo político a fuerzas y movimientos opuestos, lo que ocurre, principalmente, en el plano estructural en que circulan las elites. Esto ha acontecido en Chile, sobre todo, entre las elites civiles y militares que han representado habitualmente los intereses del sector oligárquico de la población y las elites civiles que han representado normalmente las necesidades e intereses de los dos tercios populares de la misma (entre 48 % como mínimo y 68 % como máximo). Pues ha ocurrido que, por la intervención unilateral y fraccionalista de los militares, la minoría ha logrado imponer siempre el tipo de Estado y el tipo de Constitución que mejor interpreta sus intereses, sistema que, al concluir el período dictatorial o de “excepción”, de modo inevitable (legal) pasa a ser administrado por el bloque de mayoría, que triunfa invariablemente en las elecciones normales. Ocurrió eso al constituirse el Estado independiente durante la dictadura de O’Higgins (que repelió los procesos electorales), quien fue depuesto en 1823 por la mayoría liberal, que gobernó el país hasta 1829 sin que hubiera podido establecer un régimen político democrático, por oposición de los pelucones. Sucedió de nuevo con la imposición del Estado Autoritario (oligárquico-pelucón) tras el golpe militar de 1830 (encabezado por Diego Portales y Joaquín Prieto), sistema que, después de las rebeliones armadas de 1851 y 1859, pasó a ser gobernado por la “fusión liberalconservadora”, la que, sin cambiar la Constitución de 1833, parlamentarizó (desarticuló) el Estado Autoritario de Portales. Ocurrió por tercera vez con el Estado Liberal Presidencialista que el golpe militar de 1925 y la dictadura protegida de Arturo Alessandri Palma impusieron a las mayorías ciudadanas, las cuales, después de 1938, comenzaron a administrar ese Estado Liberal en una dirección desarrollista y revolucionaria, sin cambiar la Constitución de 1925. Ocurrió de nuevo, por cuarta vez, cuando, desde 1990, la Concertación de Partidos por la Democracia (formada por políticos y ciudadanos contrarios a la Dictadura y partidarios de un Estado Nacional- Populista en el pasado), que recibe el 60 % de la votación, comenzó a administrar el sistema neoliberal heredado de la dictadura, sin cambiar en sustancia la Constitución de 1980.
Es imposible no concluir que las elites políticas y militares en Chile, pese a sus visiones aparentemente contrapuestas sobre el proyecto-país, han actuado siempre dentro de una “alianza dialéctica”, de facto, y del siguiente modo: por un lado, esa alianza se mueve en el sentido de, primero, excluir a la ciudadanía de la toma de decisiones cuando hay que construir dictatorialmente el Estado y, después, integrarla cuando hay que administrarlo tal cual quedó establecido por la Constitución dictatorial. También trabaja, por otro lado, para asegurar la construcción y permanencia de un sistema de dominación, que adquiere distintas formas y que satisface los intereses de la minoría (nacional y extranjera) y subordina o pospone los de la mayoría (popular). Dicha alianza procede generalmente bajo formas de acción más o menos
recurrentes: a) los militares dan el golpe, estructuran constitucionalmente el Estado y el Mercado con ayuda de su contraparte civil (la derecha empresarial y política), y luego se retiran, para asumir su proclamado “rol profesional” de expectativa, mientras, b) los “demócratas” se oponen ostensiblemente a todo golpismo (pero son derrotados sin falta), aceptan administrar –según la Constitución que encuentra ya hecha– el Estado que les traspasa su socio golpista y, al administrarlo, promueven públicamente su perfeccionamiento ”democrático”. Lo que harán con mucha publicidad hasta el momento en que el electorado mayoritario que los apoya exige ir más allá de los “mejoramientos cosméticos” (que nunca han resuelto ningún problema de fondo), para ir a cambios “estructurales”.
Claramente, todos los actores (de elite) involucrados en esta historia juegan a las escondidas: aparecen en el espacio público, hacen valer con gran aparato su presencia, pero luego se eclipsan, para que “el otro” ocupe libremente el escenario y desempeñe lo que sabe hacer. Uno (la camarilla militar golpista) quiere convencernos de que es lo que realmente “es” cuando no está arriba del escenario constitucional del poder; el otro (los administradores de la política “democrática”), que “es” lo que es, tanto cuando habla contra el golpismo, como cuando está legalmente administrando la herencia golpista arriba del escenario. Pero ninguno quiere ser, públicamente, lo que realmente “son” cuando construyen ese escenario (uno con violencia, el otro con oportunismo administrativo). Se trata de un juego de máscaras destinado a confundir al “espectador” (en este caso, la ciudadanía). La astuta sabiduría histórica de las “dirigencias” que sólo se representan a sí mismas.
Es “otro” de los ardides de la historia. Se trata, en este caso, de la lógica interna del proceso socio-político específicamente chileno. De la sombra política producida por una economía nacional que no ha sabido ser otra cosa que un apéndice del gran capital extranjero, imperialista o globalizado. La dictadura de Pinochet quedó cogida en esa lógica. El proceso histórico de larga duración (en el que campean ardides de todo tipo) pasó por encima de todos los que creyeron alcanzar el “fin de la historia”. O la cima suprema de la “segunda independencia”.
A su pesar, Pinochet debió dejar el escenario a los demócratas” y la Constitución Neoliberal de 1980 debía desempeñar (y desempeñó) el doble papel de, por un lado, institucionalizar y legalizar políticamente el modelo económico neoliberal que necesitaba universalizar el nuevo capital internacional (ya no el industrial, sino el financiero) y, por otro, levantar un biombo de apariencia cívica que encubriera la retirada (ordenada) de los militares y destapara el retorno (triunfal) de los “demócratas”. La redacción de ese texto clave, tanto en su contenido como en su forma, no surgió, por cierto, del cerebro de Pinochet, sino del simposio colectivo que formaron Jaime Guzmán, Enrique Ortúzar, Alejandro Silva Bascuñán, Jorge Alessandri Rodríguez, Enrique Evans de la Cuadra y otros. Es decir: algo así como una docena de técnicos en leyes, todos de plena confianza de los militares golpistas. Tal como ocurrió en las “constituyentes” de 1833 y de 1925. ¿Qué podían plebiscitar los ciudadanos de antaño y hogaño ante un texto cerrado, concluido y vigilado con fusiles? ¿Qué es lo que, dentro de todo lo anterior, efectivamente hizo Pinochet en tanto que Pinochet? Fundamentalmente, dar voces de mando: “¡ejecútese bien lo que se me ha propuesto! ¡Y elimínese al que se oponga!”. Sin duda, sus consejeros deben haberle dicho que lo que él debía hacer no sólo era ganar la Guerra Fría en Chile, sino también superar los vicios del estatismo y reimponer las virtudes (perdidas) del Mercado. Y él asumió eso como una guerra contra el 60 % de los chilenos (más de la mitad de los cuales eran de Izquierda) que pudieran pensar otra cosa (“¡disciplina total, señores!”).
Chilenos que, por no disciplinarse de ese modo, devinieron en su enemigo interno. A quienes –por lo demás–, como a todo “enemigo”, no tenía para qué respetar sus derechos civiles (¿cuáles?), ni sus derechos humanos (¿es guerra o no?). Ya con ese casco de batalla, no se detuvo ante nada. No tuvo escrúpulos. Los que tampoco tuvo cuando se consideró con derecho a embolsar en su peculio familiar unos 28 millones de dólares (tampoco tuvieron escrúpulos el general Joaquín Prieto y el coronel Manuel Bulnes cuando Portales les transfirió $ 100.000 de la época para que “formaran” el ejército pelucón). Su corto alcance intelectual no le permitió entender las complejidades de los procesos históricos universales, salvo como una fácil guerra doméstica y como una oportunidad única de sacar ventajas y glorias para sí mismo. Por la misma razón, se ganó el desprestigio universal: el mundo capitalista no trabajaba para él, sino él, como peón de trabajo sucio, para ese mundo. ¡No confundir! Los “demócratas” (los liberales, radicales y democráticos entre 1860 y 1925; los radicales, socialistas, social cristianos y comunistas entre 1938 y 1973, y la Concertación desde 1990) ha tenido siempre, en la historia de Chile, una suerte de doble “misión imposible”: a) ser una alternativa democrática verbal cuando los militares entran, armados hasta los dientes, en campaña dictatorial y, b) intentar ser reformistas o revolucionarios sin cambiar la Constitución dictatorial, cuando los militares retornan, satisfechos, a sus barracas. Así, ganan legitimidad y potencia futurista cuando no pueden hacer nada, y se mueven en medias tintas y reformas cosméticas cuando creen que pueden hacer algo. Viven inyectando en la ciudadanía mundos de esperanza, que despues ellos mismos marchitan y frustran. Avanzan, por eso, en ciclos, que tienen una fase expansiva de regeneración ética y modernización técnica de la política, y otra depresiva, saturada de leyes y decretos que no generan beneficio real para las mayorías populares, pero sí brotes de corrupción. Si la dictadura militar reciente no pudo escapar del ardid histórico centenario de la política chilena ¿podrá hacerlo la Concertación? A fines de la pasada década de 1960, tras 25 o 30 años de gobierno, los “demócratas” estaban orgullosos por los indicadores
del desarrollo social (no económico) de los chilenos, sobre todo porque beneficiaba a la “clase trabajadora”. Pero los indicadores económicos de entonces (que marcaron siempre estagnación o depresión) hicieron estallar la pólvora política lo suficiente para que, rockets de por medio, entraran los militares a dominar el escenario. Y allí murió “esa” democracia. Hoy, 2007, tras 17 años de gobierno, los “demócratas” están orgullosos por los indicadores del desarrollo macro-económico del país (no social), sobre todo porque concita el aplauso del capital financiero internacional y, simultáneamente, del empresariado nacional (sin contar el vitoreo inútil de la barra “pinochetista”). Se sabe que los indicadores sociales –que hoy no están progresando–
están por de pronto amontonando bencina social y cultural, lo que augura la irrupción, si no de los rockets y Hawker Hunters de Gustavo Leigh, al menos el molotoverío de la agitación social.
Por eso, el estado actual del ardid histórico es (variables más, variables menos) éste: ¿podrá la Concertación hacer algo más que perfeccionar el perfil internacional del modelo neoliberal de la dictadura, antes de que el 50 o 55% que la apoya decida hacer algo más que las típicas (y truncas) agitaciones sociales del pasado? El modelo neoliberal, en sí mismo, ya no admite en Chile más perfeccionamiento neoliberal: ha llegado a ser el caso más ortodoxo y extremista del
mundo. Si lo que le faltaba a ese modelo antes del gobierno de Ricardo Lagos eran tratados de libre comercio con las grandes potencias del mundo, hoy cuenta más de 50 países asociados bajo ese esquema (incluyendo Estados Unidos, la Unión Europea y van ahora Japón y China), y la suma sigue aumentando, mes a mes. Si durante la dictadura el capital extranjero mostraba reticencias, en la actualidad no sólo controla casi el 70 % de los rubros acumulativos más importantes, sino que su omnipresencia induce a los capitalistas chilenos a invertir sus ganancias en el extranjero (la inversión chilena en el exterior suma sobre 60.000 millones dólares, de los cuales la mitad corresponde a los fondos sociales de las AFPs). Si las tasas de crecimiento anual fluctuaron hasta 1996 entre el 6 y el 7 % como promedio, hoy llegan con dificultad sobre el 4 o 5 %. Pero las ganancias privadas de las grandes empresas están sobrepasando regularmente el 35 % anual (tres veces sobre el promedio norteamericano y cuatro veces el japonés). La saturación del modelo neoliberal está produciendo, por todo eso, la aparición de capitales ociosos dentro del país (que se gastan construyendo edificios de departamentos y cadenas de malls, supermercados y farmacias), y la única solución que se ve a esa plétora es aumentar el límite de inversión de los fondos AFPs en el exterior, del 30 % que es hoy, a 80 % en tres años más (los empresarios quieren que sea en menos tiempo). No es extraño que los informes de las consultoras internacionales (Standard & Poor’s, por ejemplo) señalen que las exportaciones del país tienen poco valor agregado, y que el conjunto de la economía se debate en su incapacidad para producir tecnología. El modelo neoliberal es, en el fondo, primario-exportador y, como tal, llegó a su máximo desarrollo. No puede más. Está, como se dijo, en régimen de “meseta”. O sea, históricamente, en fase de espera. En lo económico, el modelo neoliberal en Chile tocó techo superior. No ocurre lo mismo con los indicadores sociales que, año a año, empeoran, aproximándose a ese punto mínimo donde se producen la ignición y la explosión. Una rápida revisión de esos indicadores puede ilustrar esta afirmación. En lo laboral: el 80 % de los chilenos trabaja para las pequeñas o medianas empresas (PYMES), no para las grandes empresas con alto estándar competitivo; el 93 % de los nuevos contratos de trabajo dura menos de 4 meses; el 75 % de los nuevos empleos corresponde a opciones de auto-empleo; el 45 % de los empleos corresponde a alguna forma de empleo precario (temporal, sin contrato y sin previsión); la distribución del ingreso aumenta año a año su desigualdad, llegando a ser la más injusta en siglo y medio y una de las peores del mundo, etc. Como resultado de esta situación laboral (algunos senadores “demócratas”
proponen, además, eliminar la indemnización por despido, y compensarla con una previsión “solidaria”), cada vez menos chilenos quieren ser proveedores de familia y hogar. Tampoco puede extrañar que más del 45 % de los chilenos presente complicados síntomas neuróticos y que sobre el 40 % de ellos no entienden lo que leen (60 % de ellos no leyó ningún libro en el año 2005). ¿Cabe sorprenderse porque los niños callejeen y no aumenten sus puntajes en las pruebas SIMCE, ni bajo estándares chilenos, ni bajo los internacionales? ¿No es sorprendente que las autoridades no difundan por todas partes el informe de la comisión OCDE sobre la educación chilena, que concluyó que ésta es competitiva (no solidaria), mercantilista (no humanista) y clasista (no comunitaria)? Y no cabe sino extrañarse de que Paz Ciudadana se sorprenda porque, a pesar de que el modelo neoliberal culminó su desarrollo, la violencia y la tasa de delitos contra las personas y las cosas siga aumentando, afuera en la calle, y dentro
del hogar. Es explicable, a final de cuentas, que, por todo esto, las encuestas de la Universidad Diego Portales, de El Mercurio Opina S. A. y de la Corporación Genera coincidan en que entre el 85 % y el 90 % de los chilenos no sienten ni credibilidad ni confianza en el Congreso Nacional, en el Poder Judicial, en los partidos políticos y en los políticos.
La Concertación está orgullosa de los parámetros macro-económicos, pues eso indica que está administrando “bien” la herencia que se le encomendó. Los empresarios, como es natural, se frotan las manos (y los bolsillos). La barra “pinochetista”, como cabía esperar, mostró su irrefrenable prepotencia (en el sepelio de su General). Pero todos debieran –o debiéramos– preocuparse de los indicadores de “desarrollo humano” (social). Pues es evidente que se está viviendo una nítida “crisis de representatividad” y que está en desarrollo una larvada “transición popular” autónoma, cuya futura proyección histórica y política no está siendo debidamente considerada. Pues la movilización cívica de los estudiantes secundarios (“pingüinos”) fue, sólo, un anuncio. Tal como fueron las premonitorias movilizaciones estudiantiles de 1949 (“huelga de la chaucha”) y 1957 (jornadas del 2 y 3 de abril).
III Del Juicio Histórico de los “perdedores”
Tanto para los derrotados de 1973, como para los reprimidos de los “80 y los marginados por el mercado globalizado del siglo XXI, la muerte de Pinochet ha sido y es históricamente positiva”, en el sentido de que ahora podrán y deberán concentrar por fin sus energías y reatividad en su propio “empoderamiento” como actores sociales, culturales y políticos, de cara al sistema neoliberal. A cuyo efecto deberán recordar y tener presente varias lecciones históricas de gran importancia práctica:
a) que la ruptura histórica producida por la crisis de 1982 cambió radicalmente en todo el mundo el contexto de la lucha social;
b) que las ideologías de la otra democracia, por muy respetables que hayan sido, es necesario revisarlas y adaptarlas en función de que hoy existe un pueblo más autónomo.
c) que nadie debe dejarse hipnotizar por los cantos de sirena del “integracionismo” en su forma actual, expresada en la definición de políticas públicas sin auténtica participación popular a que convoca el “socio demócrata neoliberal” (es la trampa tendida por el viejo ardid político de la
historia chilena);
d) que lo que cabe hacer, por sobre todo, es hacer historia nueva e historia de victoriosa soberanía. Todo lo cual implica, ser colectiva y socialmente creativo, no ritualista ni tradicionalista. Pues el ardid que la historia política de Chile teje para los derrotados es muy
simple, pero extremadamente complejo: deben crear y probar, cada vez, una fórmula distinta (un contra-ardid) de resistencia, oposición y proyección. O, si se quiere, usar en cada período un “atajo” no recorrido antes para construir poder ciudadano (popular) y desarrollar una política popular capaz de re-construir el Estado, el Mercado y la Sociedad. No pueden re-utilizar procedimientos gastados. O tácticas probadamente perdedoras. Si las elites asociadas tienden –como se vio– a reiterar fórmulas probadas para no perder el control del sistema de dominación, los sectores populares se ven forzados por sus derrotas sucesivas a utilizar, cada vez, tácticas y prácticas inéditas para acumular poder y desafiar de nuevo el sistema. La innovación permanente es su imperativo histórico normal, no sólo para reconstruir sus identidades tras las derrotas, sino para levantarse del suelo y esgrimir, con fuerza renovada –como se dijo–, las banderas de la soberanía popular.
Hoy, casi 34 años después de la derrota de 1973, tras 17 años de administración “democrática” del modelo dictatorial-neoliberal, y a pocos meses de la muerte del dictador ¿cuál es la fórmula de lucha que pueden y deben utilizar los rebeldes de siempre, los demócratas de verdad y el movimiento popular? En todo caso, hay varias certidumbres históricas, que la construcción de esa nueva fórmula no puede dejar de lado:
a) No se debe confundir el Frente Popular y la Unidad Popular –ambos fueron alianzas electorales– con la Concertación de Partidos por la Democracia (que también lo es). Pues las primeras surgieron en la época del industrialismo, el “fordismo”, el estatismo, el nacional-desarrollismo, la Guerra Fría y antes de la crisis de 1982. En cambio, la Concertación es el subproducto político y cultural del post-industrialismo, del mercado mundial globalizado, del capital financiero y de la fragmentación de las clases media y proletaria. Si las dos primeras
alianzas comulgaron con el populismo reformista (instalando “la política popular” en torno al Estado), la tercera sólo puede comulgar con la deshumanización propia de la competitividad neoliberal y la frialdad aritmética del mercado. Por eso, la Concertación no acunará movimientos de masas, ni adoptará utopías populistas, ni caminará demasiado lejos sobre el filo de la Ley (para despejar, por ejemplo, la frente ceñuda con que la observa su 50 o 55 % de
electores). No tiene, por todo ello, sentido político alguno (para una lógica de rebeldía ciudadana) instalarse como furgón de cola de esa coalición, sobre todo para el tiempo histórico de los movimientos sociales y populares.
b) La ciencia social que puede coadyuvar en la innovación táctica y estratégica que necesitan realizar hoy los rebeldes no puede ya asumirse como una teoría dogmática o conjunto de verdades definitivas, válidas de una vez y para siempre. Tampoco alguna revolución social que haya triunfado puede tomarse como un caso paradigmático que deba ser imitado. Debe recordarse que el materialismo histórico de Marx corresponde a una elaboración realizada durante la fase inicial del industrialismo, y sólo ciertos aspectos de su teoría tienen vigencia actual. Debe tenerse presente además que revoluciones como la rusa, la china, la
vietnamita, la nicaragüense o la cubana, exitosas en su contexto y en un comienzo, han evolucionado después de un modo no consecuente con sus orígenes. La crisis práctica de los grandes sistemas teóricos (infalibles) y los grandes relatos de liberación tuvo lugar hace dos décadas, y es un hecho con el cual todo rebelde debe contar. Por tanto, la necesidad de crear ciencia revolucionaria e innovar en estrategia no sólo es el deber de siempre, sino que,
esta vez, requiere además de una creatividad, una audacia y un imperativo de eficiencia que es mayor que nunca.
c) Las clases sociales que el industrialismo modeló tan nítidamente a lo largo de casi 200 años, han sido fragmentadas y re-modeladas por la crisis de 1982, la instalación más o menos autoritaria del neo-liberalismo en todas partes, y la circulación permanente del gran capital financiero. No es que haya desaparecido la explotación, la plusvalía, la acumulación, la desigualdad y el conflicto: lo que ocurre es que todo eso ha sido objeto de una re-ingeniería, que ha reemplazado las antiguas estructuras omnipresentes por fragmentaciones semi-invisibles, el enriquecimiento personal de la burguesía por la acumulación impersonal del
capital en movimiento perpetuo, los bajos salarios por tentadoras tarjetas de crédito, la dramática desigualdad material por el consumismo adaptado a los niveles del poder adquisitivo, y el conflicto de las estructuras por el conflicto subjetivado. Así, la gran empresa se eclipsa detrás de una montaña de microempresas; los grandes sindicatos detrás de millones de trabajadores precaristas; los grandes partidos de masa detrás de astutos partidos pragmáticos (caza-votos) etc. El enemigo, tan ostentoso y visible en la época del industrialismo, se torna
fluido y fugaz detrás de un bosque de micro-estructuras y rasantes vuelos de capital “golondrina”. Aunque, como siempre, el Estado capitalista sigue siendo el último bastión, el guardián más celoso, vigilante y articulado para acudir en defensa del orden social cada vez que este se ve amenazado por el descontento y la protesta popular.
d) Ya es un hecho indiscutible que un gran escollo para el movimiento popular chileno son las Fuerzas Armadas. No por su identidad funcional, sino por su identificación con la oligarquía que han exhibido a lo largo de la historia, sobre todo, respecto a cómo entender la comunidad ciudadana nacional. Como se dijo, los militares han intervenido siempre para apoyar a un sector de esa comunidad y derrotar aplastantemente al otro. Razón por la cual no sólo han profundizado las desigualdades “naturales” de la sociedad chilena llevándolas a una “división
crónica”, sino también porque han forzado a los derrotados (la mayoría de la población) a operar en la historia, sobre todo, como rebeldes y revolucionarios. Su última intervención y la figura particular de Augusto Pinochet lo confirman casi al nivel de hartazgo. Por esta razón, el movimiento popular va a tener que incluir, dentro de sus ejercicios innovadores, una política de re-educación y reestructuración profundas de las Fuerzas Armadas, en el sentido de instalar en
ellas, de una vez por todas, una verdadera identidad ciudadana, extirpando su vieja identidad oligárquica y sus privilegios especiales (sistema sectorial de previsión, asignación del 10 % de las exportaciones brutas del cobre, exención del pago de indemnización a sus víctimas, fuero judicial, programas educativos sin control ciudadano, etc.). Esta tarea es ineludible.
e) No puede ignorarse el hecho, probado ya varias veces en la historia de Chile, de que los partidos parlamentarios de “Izquierda” no tienen legitimidad ni garantizan eficiencia por sí mismos, ni por el hecho de ser organizaciones parlamentarias que se auto-proclaman “representantes del pueblo”. Pues los partidos parlamentarios no son los mismos cuando “reclaman” el apoyo popular que ellos necesitan para trabajar y crecer dentro del Estado oligárquico, liberal y de origen dictatorial, que cuando son la organización intermedia o final que el movimiento popular adopta cuando logra construir por sí mismo el Estado y el Mercado. Los partidos pueden ser necesarios en ciertas etapas de un proceso político revolucionario, pero lo que es realmente necesario e imprescindible en esos procesos es la existencia y desarrollo de un genuino movimiento social. Sin un movimiento social protagónico y autónomo, no hay soberanía popular, y sin ésta, no hay verdadera revolución, ni partido político que de verdad represente al pueblo, ni posibilidad de que el movimiento no se “oligarquice” o “caudillice”.
f) La re-ingeniería post-industrial de las relaciones sociales de producción y la globalización neoliberal de las políticas de Estado ha generado un cambio significativo en los parámetros de “lo” político y de “la” política, pues con lo primero se debilita el populismo y con lo segundo el nacionalismo. No es porque sí que en las encuestas nacionales sobre “credibilidad pública” los partidos políticos y los políticos están obteniendo invariablemente puntajes inferiores a 10 en una escala que va hasta 100. Esta situación obliga a los sujetos populares a repensar “su” política, ya no sólo hacia el centro del sistema de dominación (como en el pasado industrialista), sino desde donde se puede construir poder ciudadano en una sociedad que sólo asegura “riesgos”.
g) El desarrollo socio-cultural de los movimientos sociales ha demostrado ser sólo una primera fase de su pleno desenvolvimiento histórico y político. La construcción de poder puede y debe partir de la organización, la identidad y la cultura que de ésta se deriva, pero no puede quedar dando círculos en torno a sí misma. El poder requiere acumular y movilizar recursos de todo tipo (culturales, sociales, comerciales, de gestión, materiales, financieros, tecnológicos, políticos, militares, etc.). Pues el poder real no es exclusivamente político. Ni militar. El verdadero poder social implica manejar todas las variables que dicen relación con el desarrollo de la vida social. La soberanía ciudadana no es nada si es puro derecho, y sigue siendo nada si no moviliza recursos culturales y materiales. Por eso, para madurar como tal, la soberanía debe integrarse también como una soberanía productiva, tecnológica, comercial e institucional. El movimiento popular debe aprender a “administrar recursos” (a la manera propuesta por Fermín Vivaceta y Luis Emilio Recabarren), controlar los procesos productivos y comerciales en lo local y lo regional. En lo nacional, podría y debería (por ejemplo) controlar el capital financiero que hoy administran las AFPs y los capitalistas extranjeros. Por eso, el poder socio-cultural no basta, pero permite iniciar la construcción de los “otros” poderes. Administrando recursos propios se aprende a gobernar, primero en lo propio, luego en lo local. Y así sucesivamente.
h) No se trata de sumarse al espontaneísmo (que sólo conduce a la impotencia política). Una acción realmente transformadora de la sociedad no puede prescindir de organizaciones políticas. Pero su gestación y funciones deben ser replanteados en armonía con una concepción renovada de los movimientos sociales y de los proyectos de cambio social radical. Partiendo del principio de independencia y autonomía de las organizaciones sociales populares, deben formularse propuestas de articulación a fin de levantar un proyecto global de reorganización de la sociedad y del Estado cimentado en la construcción de una democracia social. Más temprano que tarde los movimientos populares deberán asumir esta tarea ineludible en la vía de la liberación y emancipación social. El ejercicio de un auténtico poder democrático sólo puede ser el fruto de un proceso social de construcción participativo que conduzca al establecimiento de nuevas relaciones sociales e instituciones (incluso del propio Estado). De manera tal que se garanticen la soberanía y los derechos sociales y ciudadanos, así como la posibilidad de transformar las instituciones cuando éstas inhiban o coarten la soberanía popular. En suma, para los detractores, el Juicio de la Historia no es, como se dijo, un simple problema de “mitificación” de algo o de alguien, o un ejercicio de apoyo de parte de las estructuras militares hacia algo o alguien. Es una tarea, un quehacer colectivo, y un desafío para la identidad y la creatividad. Y sobre todo, la articulación creciente de voluntades para construir un poder multidimensional.
Santiago, abril de 2007.
COMITÉ DE INICIATIVA
- Pablo Artaza Barrios, Magíster en Historia, profesor de la Universidad de Chile.
- Mario Garcés Durán, Doctor en Historia, Director de ECO Comunicaciones, profesor de la Universidad de Santiago de Chile.
- Sergio Grez Toso, Doctor en Historia, profesor de la Universidad de Chile, Director del Magíster de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad ARCIS.
- María Angélica Illanes Oliva, Doctora en Historia, profesora de la Universidad Austral, Valdivia.
- Julio Pinto Vallejos, Doctor en Historia, profesor de la Universidad de Santiago de Chile.
- Gabriel Salazar Vergara, Doctor en Historia, Premio Nacional de Historia 2006, profesor de la Universidad de Chile.
- Carlos Sandoval Ambiado, Profesor de Historia, Magíster en Educación, profesor de la Universidad Bolivariana.
ADHERENTES EN CHILE
- Carolina Aguayo Cornejo, socióloga, cientista político, Coordinadora Académica Universidad ARCIS Sede Portezuelo.
- Claudio Aguirre Munizaga, profesor de Historia, profesor de la Universidad Bolivariana, sede Iquique.
- Manuel Ahumada, Presidente de la Confederación General del Trabajo – Movimiento Sindical por los Cambios (CGT-MOSICAM).
- Guillermo Albarrán Martínez, Licenciado en Historia.
- Karen Alfaro Monsalve, profesora de Historia y Geografía, Magíster en Historia Social y Política Contemporánea, Doctora © en Movimientos Sociales y Construcción de Ciudadanía, UNIA, España, Coordinadora Área Educación Universidad ARCIS, VIII Región.
- J. Francisco Allendes Villalón, profesor de Historia y Geografía, Licenciado en Historia, encargado del Museo Histórico y Arqueológico de Concón.
- Sergio Arias López., profesor de Historia y Geografía, encargado del Departamento de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Fundación Belén Educa.
- Miguel Alvarado Borgoña, antropólogo, sociólogo, Doctor en Ciencias Humanas, Director General de Investigación, Desarrollo, Innovación y Creación, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso.
- Rolando Álvarez Vallejos, Magíster en Historia, profesor de las Universidades ARCIS y de Santiago (USACH).
- Pablo Aravena Núñez, Licenciado en Historia, Magíster © en Filosofía, profesor de la Universidad de Valparaíso.
- Beatriz Areyuna Ibarra, profesora de Historia, Licenciada en Educación, Magíster © en Historia y Ciencias Sociales, Coordinadora Académica de Pedagogía Básica Universidad ARCIS.
- Estela Ayala Villegas, Magíster © en Historia, profesora de las Universidades Academia de Humanismo Cristiano y de Chile.
- Manuel Bastías Saavedra, Licenciado en Historia, Magíster en Filosofía, Universidad de Chile.
- Alejandra Brito Peña, Magíster en Historia, profesora Universidad de Concepción.
- Luis Bustos Titus, Doctor © en Educación, profesor de la Universidad Bolivariana.
- Juan Carlos Cárdenas Núñez, Médico veterinario, Director Ejecutivo del Centro Ecocéanos.
- Nelson Castro, Licenciado en Historia, doctorando en Historia Universidad de Chile, profesor de la Universidad de Valparaíso.
- Daniel Cerpa Gaete, Licenciado en Historia, miembro del Comité Editorial de Nuestra Historia. Revista de Estudiantes de Historia de la Universidad de Chile.
- José Luis Cifuentes Toledo, profesor de Historia y Geografía, miembro del Taller de Ciencias Sociales “Luis Vitale”, Magíster © en Historia y Ciencias Sociales Universidad ARCIS.
- Luis Corvalán Márquez, profesor de Historia y Geografía Económicas, Magíster en Historia y Doctor en Estudios Americanos, profesor de la Universidad de Santiago de Chile (USACH) y de la Universidad de Valparaíso.
- Guillermo Cratchley Klenner, economista, sector turismo.
- Eduardo Cruzat C., profesor de Historia y Geografía, Magíster en Administración y Gestión Educacional, profesor del CEIA “Fermín Fierro Luengo” de Curanilahue y de la Universidad ARCIS Sede Arauco.
- Domingo Curin Tapia, sociólogo, profesional del equipo del Centro Comunitario de Salud Mental (COSAM) “Dr. Enrique París”, Alto Hospicio.
- Alberto Díaz Araya, profesor de Historia, Magíster en Antropología Social, Doctor © en Antropología, profesor de la Universidad de Tarapacá, Iquique.
- Paulina Díaz, diseñadora gráfica, ilustradora infantil.
- Patricio Díaz Rodríguez, profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales, investigador ONG Ekosol, Achupallas, Viña del Mar.
- María Eugenia Domínguez Saul, periodista, Phd © en Comunicación, profesora de la Universidad ARCIS.
- Jaime Yovanovic Prieto, Profesor J, Jurista, Coordinador de los Talleres Transhumantes de la ULibre. Doctorante en Procesos Sociales y Políticos en América Latina Prospal, U. Arcis.
Fuente: http://www.elciudadano.cl/2007/04/10/565/la-dictadura-militar-y-el-juicio-de-la-historia/


TEXTO

PROCESO DE HOMINIZACIÓN

José Miguel Carretero, profesor titular de Paleontología en la Universidad de Burgos y galardonado en 1997 junto al resto del equipo del yacimiento de Atapuerca con el premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, analiza en este artículo publicado por la Fundación Juan March la evolución del tamaño y la forma del cuerpo de los homínidos.


Evolución del tamaño y la forma del cuerpo de los homínidos


El tamaño de un animal cualquiera no es un capricho de la naturaleza, muy al contrario, el tamaño corporal es un factor de importancia capital en la vida de cualquier especie, 1º) porque está relacionado con muchos de los llamados «factores vitales» de nuestra vida; y 2º) porque cada nicho ecológico está asociado a un determinado tamaño corporal, que solemos llamar tamaño óptimo, y que depende, en parte, de la habilidad para conseguir y procesar alimentos. En términos darwinistas ser pequeño es maravilloso ya que el potencial reproductivo es mucho mayor, luego: ¿qué ventajas tiene entonces ser grande? Ser grande también tiene algunas ventajas, ya que el tamaño afecta a un montón de factores esenciales de nuestra ecología. Entre otros muchos podemos citar: 1º) Abre un amplio espectro de posibilidades dietéticas. 2º) Mejora las posibilidades de defensa contra los predadores. 3º) Permite subsistir con alimentos de baja calidad ([energía basal] = [peso corporal]0,75. Y 4º) Mejora la eficacia termorreguladora. En general, en un individuo grande la relación superficie-volumen es pequeña (poca superficie y mucho volumen) lo que ayuda a mantener el calor. Bien, ¿y los homínidos somos grandes o pequeños? Los primates son mamíferos de tamaño medio, pero considerando que la gran mayoría de los mamíferos son los llamados micromamíferos, resulta que los homínidos, incluso los primeros homínidos, son a todos los efectos mamíferos de gran tamaño y viven por tanto vidas lentas. Los primeros homínidos, a los que llamaremos de forma general australopitecos, podemos definirlos como auténticos «chimpancés bípedos». Quizá el esqueleto de australopiteco más famoso sea el de Lucy, de la especie Australopithecus afarensis. Las hembras de esta especie medían alrededor de 1 m y pesaban 30 Kg., mientras que los machos medían 1,50 m y pesaban unos 50 Kg. (algo menos que un chimpancé). Su dimorfismo sexual era muy elevado, casi tan grande como el del gorila, en el que un macho es 1,5 veces más grande que la hembra. El dimorfismo sexual es otra variable relacionada con el tamaño corporal y además con la biología social de las especies. El gran dimorfismo sexual de A. afarensis se puede interpretar como una adaptación para la lucha entre machos por el acceso a las hembras. Lo más aceptado hoy en día es que estos homínidos quizá vivían en pequeños grupos familiares en los que un macho controlaría unas pocas hembras (quizá no más de dos o tres) y sus crías. Otro factor en el que el tamaño del cuerpo influye decisivamente es la encefalización, o relación entre el tamaño corporal y el cerebral, que da una medida de la inteligencia. Los primeros homínidos eran algo más pequeños que los chimpancés, sin embargo, sus cerebros eran un poco más grandes que los de éstos. El ligero aumento de cerebro junto con un cuerpo ligeramente menor significa necesariamente una mayor encefalización. Es decir, que los australopitecos habían conseguido de una sola tacada dos adaptaciones cruciales, la bipedestación y un mayor grado de encefalización respecto a los primates anteriores en el tiempo. Australopithecus garhi, es una especie de homínido interesante para el tema que nos ocupa. Sus restos han sido hallados en el este de Etiopía y están datados en 2,5 millones de años. Los huesos postcraneales presentan un cambio en las proporciones entre los miembros superior e inferior. El fémur se ha alargado sensiblemente con relación al miembro superior como ocurre en los humanos, aunque aún presenta antebrazos largos respecto a los brazos. En 1964 y a partir de diversos fósiles encontrados en la Garganta de Olduvai se define la especie Homo habilis, primer representante de nuestro género con una antigüedad entre 2,5 y 1,8 millones de años. El cerebro de H. habilis varia entre los 513 cc y los 650 cc. Del cuerpo de estos primeros Homo sabemos poco, aunque parece que eran como los australopitecos. Sin embargo, Homo habilis supone un gran cambio en el plano ecológico: abandona el bosque, se hace consumidor de proteínas animales, fabrica las primeras herramientas, aumenta su complejidad social y probablemente desarrolla un lenguaje, aunque sorprendentemente su cuerpo sigue siendo el de un australopiteco. Hace 1,8 millones de años aparece en escena (África oriental y Sudáfrica) un nuevo tipo humano al que llamamos H. ergaster. El cuerpo de éste es plenamente humano y este homínido está ya preparado para emprender la gran aventura que supone colonizar nuevos mundos. Algunos individuos de esta especie habrían alcanzado el 1,80 m y un peso de 68 Kg., o sea, un gigante en comparación con los homínidos precedentes e incluso grande para nuestra propia especie. Toda su anatomía es muy similar a la nuestra y la capacidad craneal de la especie estaba entre 800 y 900 cc. Entre el H. ergaster de 1,6 millones de años y los neandertales europeos clásicos (50.000 años B.P.) el vacío de fósiles postcraneales era absoluto hasta que aparecieron los homínidos de la Sima de los Huesos y la Gran Dolina de Atapuerca. La Pelvis I de la Sima de los Huesos, apodada Elvis, nos ha aportado información crucial sobre la eficacia biomecánica de la pelvis, el dimorfismo sexual en los humanos de hace 400.000 años, la edad de muerte, la forma del cuerpo, el peso corporal, la estatura, la encefalización, el proceso del parto y la altricialidad de estos homínidos. Elvis tiene todos los rasgos morfológicos masculinos muy marcados y pertenece a un varón sin lugar a dudas. Este individuo superó los 35 años, su estatura estaría cercana al 1,80 m y su peso corporal superaría los 100 Kg. La robustez de Elvis es exagerada y fuera de los rangos humanos actuales y además es extraordinariamente ancha. Elvis, a pesar de ser un hombre, tiene unas dimensiones del canal del parto enormes y podría haber dado a luz a un niño actual. Esto significa que las mujeres de su especie con un canal del parto aún más ancho habrían dado a luz a un feto del tamaño de los nuestros de una manera ligeramente más cómoda. A pesar de ello, la forma del parto sería la misma que en nuestra especie, es decir, doble rotación, salida anterior, gran flexión de la columna vertebral y cara hacia abajo. El cuerpo de Elvis, alto, robusto y muy ancho, es el cuerpo primitivo presente en todos los representantes del género Homo excepto uno, el H. sapiens, que se ha convertido en un humano «light».

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TEXTO 2

EVOLUCIÓN CULTURAL - NEOLÍTICO

Los Ensayos Históricos de Encarta reflejan el conocimiento y la visión de destacados historiadores. En este ensayo, David Christian, de la Universidad Macquarie, describe las primeras formas de pastoreo que surgieron en las estepas de Eurasia hace unos 6.000 años.

Nacimiento del pastoreo en Eurasia

Por David Christian

Durante el siglo XIX, muchos antropólogos creían que las sociedades pastoriles, basadas en la domesticación de ganado para cubrir su alimentación y otras necesidades, habían evolucionado antes que las sociedades agrícolas, basadas principalmente en el cultivo de plantas. Sin embargo, las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo durante el siglo XX han demostrado que el pastoreo surgió más tarde que la agricultura y como consecuencia directa de las innovaciones en el uso de animales domesticados por parte de los agricultores. De hecho, dos condiciones previas para el pastoreo fueron la domesticación de varias especies animales por los primeros agricultores y la aparición de métodos más eficaces para utilizar dicho ganado. Entre el 9000 y el 6000 a.C., los primeros agricultores en Mesopotamia, Anatolia y quizás en todo el resto de Eurasia ya sabían domesticar cabras, ovejas y vacas. Sin embargo, estas primeras comunidades agrícolas utilizaban el ganado de manera poco eficaz. Aunque los agricultores cuidaban y alimentaban los animales a lo largo de toda su vida, tan sólo los utilizaban una vez, cuando los sacrificaban para obtener carne, cuero y pieles, ya que los agricultores consideraban los animales como despensas móviles de carne y pieles.
La aparición de métodos más eficaces de aprovechamiento del ganado permitió a comunidades enteras vivir principalmente del producto de sus rebaños, dando lugar a una evolución del pastoreo. Este mejor aprovechamiento del ganado surgió en Eurasia durante el V milenio a.C., época que el historiador y arqueólogo inglés Andrew Sherratt ha denominado la revolución de los productos secundarios. En el transcurso de este cambio vital, las nuevas tecnologías permitieron utilizar los animales domésticos en vida, aprovechando sus productos secundarios como la piel, la leche, la sangre y su fuerza de tracción. La utilización de los productos secundarios significaba que cada animal era capaz de producir mayor cantidad de recursos durante su existencia, aumentando así la productividad de las manadas de animales. El aumento de la productividad de los rebaños permitió a comunidades enteras vivir básicamente de su ganado. Esto, a su vez, hizo posible la colonización de estepas áridas y difíciles de cultivar pero que servían de pastos a los rebaños de animales domésticos.
La leche de los animales domésticos ya se utilizaba probablemente en el V milenio a.C. y la lana de las ovejas ya se aprovechaba como fibra con total seguridad en el III milenio a.C. e incluso antes. Las comunidades agrícolas comenzaron a utilizar la fuerza de tracción del ganado después de haber domesticado animales como el caballo y el camello, que anteriormente habían sido objeto de caza por su carne. La primera prueba de la monta a caballo data aproximadamente del 4000 a.C. y procede del yacimiento ucraniano oriental de Dereivka, junto al río Dniéper, perteneciente a un grupo de yacimientos relacionados que los arqueólogos denominan como la cultura Sredny Stog. En Dereivka, los arqueólogos hallaron los restos de numerosos caballos que estaban aparentemente domesticados. Otro testimonio de los inicios de la monta a caballo procede de Baotai, en el norte de Kazajstán, perteneciente aproximadamente al mismo periodo. Los camellos bactrianos fueron domesticados en el sur de Asia central durante el III milenio a.C. y las primeras imágenes muestran que se utilizaban generalmente para tirar de carruajes.
Las técnicas de la revolución de los productos secundarios, consideradas en su conjunto, permitieron por primera vez obtener de los animales domesticados la mayor parte de los alimentos, ropa, protección y fuerza de tracción necesarios para la supervivencia de un grupo, lo que a su vez permitió el asentamiento de comunidades enteras en las áridas estepas de Eurasia, donde aplicaron las técnicas de la revolución de los productos secundarios para crear la forma de vida que conocemos como pastoreo.
En general, los historiadores han despreciado, idealizado o demonizado el mundo de los pastores nómadas. Existen dos razones para estos planteamientos poco exactos: en primer lugar, los pueblos pastoriles produjeron muy pocos documentos escritos y, por tanto, los testimonios escritos de estos pueblos procedían sobre todo de sus enemigos de las sociedades agrícolas; y en segundo lugar, las poblaciones dedicadas al pastoreo eran reducidas y, sobre todo en los siglos más recientes, su impacto sobre la historia mundial parece haber sido menor que el de las civilizaciones agrícolas. Sin embargo, por las razones que se exponen a continuación, parece cada vez más obvio que no podemos comprender la historia de Eurasia sin analizar la contribución de sus múltiples comunidades pastoriles. Un examen de cómo se desarrolló el pastoreo en los primeros años de la historia de la humanidad revela la forma en que la historia de Eurasia se vio conformada por estos grupos nómadas de personas y animales.

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TEXTO 3

Desarrollo de las civilizaciones e imperios en Mesopotamia, Egipto y el valle del Indo

Por Maghan Keita

A menudo los historiadores escriben sobre historia mundial en términos del desarrollo de las civilizaciones que fueron definidas por un imperio determinado. ¿Qué define a un imperio y qué sugiere la creación de un imperio? Las regiones de Mesopotamia, Egipto (el valle del Nilo) y del valle del Indo son tres zonas ricas que permiten analizar cómo pueblos e ideas se agrupan para dar lugar a civilizaciones e imperios.

Imagine tres zonas escasamente pobladas pero con grandes reservas de agua y muy fértiles, en una época anterior a la historia escrita. Dos de estas zonas son valles fluviales y la tercera se encuentra situada entre dos ríos formando una rica llanura. Imagine que a estas regiones llegan pueblos para establecerse allí y dedicarse a cultivar plantas y domesticar animales. Estos territorios fluviales favorecen la práctica de la agricultura y la ganadería y su éxito atrae hacia estas zonas una migración humana y animal cada vez mayor. A medida que aumentan estas poblaciones, también lo hacen sus necesidades, generando unas formaciones sociales y político-económicas características de los espacios urbanos antiguos y de los estados de Mesopotamia y los valles del Indo y del Nilo.
Las civilizaciones de Mesopotamia, Egipto y del valle del Indo se caracterizan por una alta densidad de población, el desarrollo de procesos de urbanización y por la innovación cultural, elementos que están relacionados con el desarrollo del comercio y una mayor interacción cultural. Es decir, como imperios estas civilizaciones pueden ser imaginadas como agrupamientos de personas, bienes e ideas cuya existencia y dinamismo estaban basados en su movimiento e intercambio.
Las agrupaciones de personas, bienes e ideas sugieren diferenciación y diversidad, características estas específicas de los imperios. La riqueza tanto humana como material e intelectual de las regiones fue generando la necesidad de una organización como resultado de la innovación, la comunicación y el movimiento de las poblaciones.

Movimiento de personas

La formación inicial de estas civilizaciones se basó en el movimiento de personas hacia unas llanuras y valles fluviales que les permitían vivir y alimentarse, entornos que a menudo eran definidos por ellos como divinos y generadores de vida. La transformación de estos valles y llanuras en lugares capaces de alimentar a los diferentes pueblos que se asentaban en ellos fue uno de los primeros actos de innovación e intercambio cultural. Un sencillo ejemplo de este intercambio pueden ser las tecnologías de producción de alimentos. Una de las primeras innovaciones fue la elección de los tipos de alimentos de una región, así como los lugares de cultivo y las condiciones de cultivo de los mismos.
El uso del suelo y del agua en estos valles fue otro signo de innovación e intercambio. A pesar de que no disponemos de una visión clara de las tecnologías utilizadas en el valle del Indo, sabemos que en el caso de Mesopotamia la clave para hacer cultivable el llamado Creciente Fértil fue la tecnología de irrigación. De hecho, el regadío se convirtió en el factor clave de la civilización. Como consecuencia de la necesidad de regadío, los códigos religiosos y legales de muchas sociedades de Mesopotamia se basaron en el uso del agua.
Las civilizaciones de Egipto y del valle del Nilo estaban basadas en las ricas capas de aluvión que las inundaciones anuales depositaban a lo largo de las orillas del Nilo, en el delta y en los terrenos inundables. El uso de agua y la periodicidad de las épocas de inundación obligó a una serie de innovaciones tecnológicas tales como el calendario. Estas innovaciones culturales y tecnológicas también hicieron posible el crecimiento de grandes poblaciones, dando lugar a que algunas de estas poblaciones llegaran a formar centros urbanos.
Las tecnologías agrícolas y ecológicas de estas sociedades atrajeron a inmigrantes y viajeros que a menudo traían mercancías e ideas que aportaban a la cultura de estas civilizaciones. Cada vez llegaban más personas y la densidad de población iba aumentando. La capacidad de estas zonas para alimentar a su población —capacidad que puede considerarse como riqueza— atraía cada vez a más pueblos.
Algunos de estos pueblos entraban en estas zonas de forma pacífica, mientras que otros utilizaban la fuerza para mantener o ampliar sus dominios geográficos y culturales haciendo gala de una actividad imperial. Esto daría lugar a un modelo interesante de construcción de centros urbanos como protección frente a las fuerzas invasoras, como se observa en los asentamientos amurallados del valle del Indo y los de inicios de la cultura mesopotámica. Sin embargo, aunque estos asentamientos amurallados repelían a los invasores, también los atraían. Los valles fluviales y las llanuras, así como su riqueza agrícola, favorecían la formación de ciudades. Las propias ciudades —tales como Harappa, en el valle del Indo; Ur, en Mesopotamia; o Menfis, en Egipto— se convirtieron en un exponente de la riqueza de estas regiones y en el emblema de sus respectivos imperios, sirviendo como puntos clave para permitir la expansión del imperio o resistir las amenazas de otras potencias.
A lo largo de los siglos estas tres civilizaciones se fueron desarrollando gracias al movimiento, la mezcla y el asentamiento de poblaciones en estos ricos valles y llanuras fluviales, al crecimiento de su población con el consiguiente aumento de la densidad, y a la expansión de los asentamientos para formar ciudades y más tarde también ciudades-estado, estados e imperios. De nuevo, se garantizaba así el movimiento y el intercambio de personas, bienes e ideas; a veces de forma pacífica y otras veces mediante la fuerza.

Intercambio de ideas y bienes

Las actividades históricas del valle del Indo, Mesopotamia y Egipto demuestran que diferentes pueblos entraron y salieron de estas zonas, lucharon por su espacio e intentaron controlar a otros pueblos y a sus bienes y recursos. Esta interacción tuvo profundas consecuencias sobre la idea que las personas implicadas tenían de sí mismas y de los demás, ya que sus ideas fueron puestas a prueba, desafiadas y, en muchos casos, modificadas. Las ciudades de estas regiones eran consideradas probablemente como símbolos de riqueza, por lo que a menudo grupos de dentro y fuera de la región intentaron controlarlas. Las ciudades de Mesopotamia, Egipto y el valle del Indo pueden analizarse en términos de riqueza de población, entendiendo el término riqueza como la capacidad de la población para producir bienes y servicios en cantidad, no sólo de tipo agrícola, sino también relacionados con habilidades relativas al trabajo de los metales, la cerámica o el comercio. Así, la riqueza significaba también un excedente que permitía a las ciudades y zonas controladas por ellos mantener una clase dirigente y administrativa y hasta tal vez un ejército. A menudo los excedentes de productos eran intercambiados, proporcionando riqueza a la zona y atrayendo a otros pueblos hacia ella. Tanto el valle del Indo como Mesopotamia y Egipto experimentaron los resultados de una población rica y productiva.
Esto se observa tanto en el movimiento de diferentes pueblos a través de Mesopotamia, desde los acadios hasta los asirios y los caldeos, como en las estructuras sociales, políticas y económicas que crearon. Las formas en las que estos pueblos entraron en Mesopotamia y las formas en que se mezclaron y se beneficiaron de ella indican movimiento e intercambio.
Nuevos patrones de lenguaje, tales como la sustitución inicial de la lengua acadia por la sumeria, demuestran las innovaciones producidas por estos movimientos e intercambios. El cambio de poder también fue uno de los resultados clave de estos movimientos e intercambios, como sucedió cuando los elamitas, que llegaron a continuación de los acadios, se hicieron con el control de la vida urbana de Mesopotamia y se mezclaron con las poblaciones locales. El conglomerado de pueblos, lenguas y culturas intervino en la creación de una visión del mundo nueva, aunque limitada.
En el 700 a.C., la extensión del imperio asirio lo vinculó literalmente a los egipcios a través de las actividades de búsqueda de un estado imperial. Esta vinculación puede expresarse como interacción e intercambio. A través del intercambio diplomático y la lucha militar se resolvieron los conflictos sobre las fronteras del imperio y las zonas de control. Dentro de las actividades diplomáticas, el matrimonio fue una forma muy visible que dio lugar a intercambios entre las familias reinantes, uniéndolas política y económicamente.
La relación entre egipcios e hititas ilustra este punto. En el siglo XIII a.C., ambas partes lograron dar fin a sus hostilidades gracias a un tratado de paz en el que el rey de los hititas ofrecía a su hija en matrimonio al faraón egipcio. Los ejemplos de hititas y asirios indican que estos matrimonios formaban parte habitual de la vida diplomática y política. Estos acuerdos a menudo producían el cese de las hostilidades, una mayor estabilidad regional y un mayor intercambio económico. Los matrimonios entre las clases gobernantes de estas sociedades muestran una forma de conceptualización del mundo. Si se estudia la mezcla de sociedades, en los niveles superiores encontramos documentación de interacciones que repudian las nociones modernas de raza, etnicidad, religión y nacionalidad. Los matrimonios políticos y los rehenes reales proporcionaron una forma de compartir cultura durante las divisiones y diferencias religiosas y étnicas y han contribuido a escribir la historia de la humanidad. En este caso, en el mundo antiguo existe documentación sobre estas relaciones que trascienden las nociones modernas de divisiones culturales y étnicas.
Las uniones matrimoniales, desde el Tigris y el Éufrates hasta el valle del Nilo, también revelan los mismos tipos de alianzas que tenían lugar desde la costa mediterránea hasta el interior de Africa. Las interacciones entre Egipto y Nubia (a menudo denominada Kush o civilización cusita) pueden ilustrar este punto. Heródoto escribe que las tropas egipcias del faraón Samético se exilaron a Nubia y allí declararon su lealtad al trono cusita, siéndoles entregadas esposas nubias. Flavio Josefo describe el conflicto de Egipto con Nubia durante el reinado de Seti, y cómo la novia nubia de Moisés, la princesa Tharbis, resolvió el conflicto entregando su ciudad a su futuro marido. Estos ejemplos sirven para mostrar la dinámica mucho más amplia de movimiento e interacción que caracterizaba a esta región.
El movimiento y la interacción también puede apreciarse en los choques de ejércitos, lo que puede haber supuesto una innovación tecnológica y cultural. Así, por ejemplo, muchos historiadores piensan que la confrontación entre hicsos y egipcios dio lugar a la adopción por los egipcios de importantes innovaciones militares. En este conflicto los egipcios descubrieron las ventajas de las armas de hierro frente a las de bronce y la superioridad del carro como vehículo de asalto.
La interacción entre egipcios y nubios presenta muchas características comunes. La similitud de los rasgos clave de estas dos sociedades ha dado lugar a un importante debate sobre quién predominaba sobre el otro. La arquitectura monumental de ambas regiones, en especial sus pirámides y templos, es sorprendentemente similar. Los jeroglíficos de Nubia son una forma claramente reminiscente de las formas egipcias y están consideradas como una derivación de estas. Las instituciones reales en ambos estados y los órdenes religiosos que les rodeaban son claramente similares, hasta el punto de que unas veces eran los egipcios los que se sentaban en el trono nubio y otras veces los nubios los que dirigían al pueblo egipcio. En los niveles superiores de ambas sociedades se compartían fuertemente la cultura y las formas políticas. Toda esta actividad, en sus diferentes manifestaciones, estaba dirigida a controlar el acceso a los recursos, es decir, la riqueza de la zona.

El comercio entre los imperios

Dentro del movimiento y el intercambio que caracterizaba las civilizaciones del Indo, Mesopotamia y el Nilo, los imperios emergentes imponían una estabilidad que en ocasiones daba lugar a una mayor interacción entre los estados y los pueblos debido a la seguridad inherente al imperio. El ejemplo más sorprendente de este aumento de la interacción es el comercio. Muchos investigadores afirman que la concentración de pueblos en determinadas áreas y los cambios de densidad demográfica están relacionados con patrones de comercio. El crecimiento urbano puede explicarse analizando los espacios donde el comercio era posible y las formas en las que este comercio agrupaba a pueblos con sus bienes y servicios. Estos espacios necesitaban una cierta autoridad que les garantizase orden y seguridad. A partir de ahí podemos especular sobre el crecimiento del espacio urbano y sobre las instituciones y pueblos que los administraban.
Los bienes y la seguridad que ofrecían estos espacios urbanos atrajeron a comerciantes, los cuales no sólo viajaban de un lugar a otro transportando bienes e ideas, sino que también a menudo se establecían en lugares distantes, creando nuevas comunidades dentro de otras comunidades ya existentes. A veces, algunos de estos comerciantes hacían de embajadores llevando información de interés para el mantenimiento de buenas relaciones entre sus países de origen y los adoptados por ellos a través del comercio. Estos comerciantes también ayudaban a resolver asuntos que pudieran resultar problemáticos para sus compatriotas. Muchos de estos comerciantes emigrados se establecían en sus sociedades de adopción, añadiendo otro elemento de interacción y mezcla.
Bajo esta óptica, algunos de los estados que existieron en esta amplia zona comprendida entre el Indo y el Nilo fueron conocidos como estados comerciales y famosos por la reputación de sus mercaderes. La actividad comercial fue simplemente un componente más que ayudó a aglutinar una zona hasta formar una comunidad intercontinental.

Conclusión

Podríamos seleccionar cualquier aspecto esencial de una de estas tres zonas y verlo reflejado de alguna forma en las demás. La razón de este reflejo, así como sus diferencias, reafirma la idea de que el establecimiento de aquellos imperios, y de las civilizaciones que los representaban, no se debió a la creación de un espacio imperial independiente, sino más bien a una forma de ordenar la interacción entre posibles espacios separados.
Las estructuras de estas civilizaciones (imperios, estados o ciudades) no frenaron la interacción y el flujo de bienes, personas e ideas, sino que, por el contrario, lo favorecieron dando lugar a las primeras formaciones de lo que se ha denominado el mundo antiguo afro-eurasiático, es decir, la interacción entre los sistemas fluviales del Indo, Mesopotamia y el Nilo.
Acerca del autor: Maghan Keita es profesor asociado de Historia en la Universidad de Villanova. Entre sus numerosas obras se encuentran Riddling the Sphinx: Race, the Writing of History, y America's Culture Wars.

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TEXTO 4

Introducción a la modernidad

Fuente: texto editorial Pearson

Actividad de explicación e interpretación:

1.- La modernidad se identifica con el tiempo nuevo, orientado hacia las formas de vida distintas, hacia la construcción de un nuevo futuro, alentado por los tres grandes acontecimientos-el descubrimiento del nuevo mundo, el renacimiento y la reforma protestante-que revolucionaron la conciencia europea en el siglo XVI y significaron un radical rompimiento con el pasado medieval.

2.- Durante la Edad Media, la Iglesia Católica había basado su autoridad en la idea de la supremacía de la vida eterna sobre el mundo terrenal, según la cual el individuo humano carecía de valor en sí mismo, bajo el argumento de que su existencia sólo tendría sentido en una “vida” futura después de la muerte y en el seno de Dios.

3.- El individuo nuevo de las ciudades empezó a rescatar el papel de la vida terrena, a medida que se transformaba su entorno gracias al intenso tráfico comercial.

4.- Mientras que la sociedad feudal creía vivir en un mundo sin movimiento, donde la realidad física y material era considerada mero reflejo del mundo de Dios, la nueva sociedad urbana comenzó a interpretar el ambiente que le rodeaba como una realidad concreta y en constante transformación.

5.- …se transformó la concepción sobre el poder político; la nueva realidad demostraba que éste ya no era atributo exclusivo de la nobleza, sino que podía adquirirse con el poder del dinero;…

6.- De este modo, la nueva percepción de la realidad material y tangible, tan de acuerdo con el nuevo espíritu burgués, impulso el desarrollo de la ciencia, del arte y del pensamiento filosófico, en una vuelta que retomaba los modelos de la antigüedad clásica.


TEXTO 5

TEXTO DE APOYO AL ESTUDIO DEL RENACIMIENTO

En contra de muchos difundidos prejuicios, el autor de este fragmento afirma que la Iglesia apoyó decididamente al renacimiento.

Fragmento de Historia de los papas.

De Ludwig Pastor.

El concepto tan parcial como miope, de que toda la agitación del Renacimiento procedía del mal espíritu, porque constituía un peligro para la fe y las buenas costumbres, no puede ser considerado como propio de la Iglesia católica. Ni siquiera todos los religiosos eran de este parecer; antes varios de ellos procuraron traer la literatura clásica al servicio de la religión; y lo mismo que en toda la Edad Media, se mostró de nuevo entonces la Iglesia promovedora de todo fecundo progreso espiritual, y protectora de toda verdadera educación y cultura, permitiendo á todos los partidarios del Renacimiento la mayor libertad de lenguaje que se puede pensar, y de la cual es difícil que lleguen á formarse idea, las épocas que han perdido la unidad de la fe. Una sola vez, en el período que hemos de historiar, intervino directamente el Jefe supremo de la Iglesia contra el falso renacimiento; y en aquel caso, se trataba de la desvergonzada glorificación de vicios paganos, ante la cual el Papa, como soberano custodio de la moralidad, no podía guardar silencio.

Fuente: Pastor, Ludwig. Historia de los papas. Barcelona: Gustavo Gili, 1910.
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